lunes, 18 de julio de 2016

2DA. EVALUACIÓN DESARROLLO DE PENSAMIENTO FILOSÓFICO 1RO. BACH. CIENCIAS, PRODUCCIÓN E INSTALACIONES

EN LA LECTURA DE LA PAG. 73 DE SU LIBRO SUBRAYE CON VERDE LOS JUICIOS DE HECHO Y CON ROJO LOS JUICIOS DE VALOR 

El cholo que odió la plata’ de Aguilera Malta


Demetrio_Aguilera_Malta
–¿Sabés vos Banchón?
–¿Qué don Guayamabe?
–Los blancos son unos desgraciados.
–De verdá…
–Hei trabajado como un macho siempre. Mei Jodío, como naide en estas islas. I nunca hei tenido medio.
–Tenés razón.
–I no me importaría eso ¿sabés vos? Lo que me calienta es que todito se lo llevan los blancos. ¡Los blancos desgraciaos…!
–Tenés razón.
–¿Vos te acordás?… Yo tenía mis canoas i mis hachas… I hasta una balandra… Vivía feliz con mi mujer y mi hija Chaba…
–Claro, tei conocío dende tiempisísimo…
–Pues bien. Los blancos me quitaron todo. I –no contentos con esto– se me han tirao a mi mujer…
–Sí, de verdá. Tenés razón… Los blancos son unos desgraciaos…
Hablaban sobre un mangle gateado, que clavaba cientos de raíces en el lodo prieto de la orilla. Miraban el horizonte. Los dos eran cholos. Ambos fuertes i pequeños. Idéntico barro había modelado sus cuerpos hermosos y fornidos…
Banchón trabajó. Banchón reunió dinero. Banchón puso una cantina. Banchón –envenenando a su propia gente– se hizo rico. Banchón tuvo islas y balandras. Mujeres y canoas…
Compañeros de antaño, peones suyos fueron. Humillolos. Roboles. Los estiró como redes de carne, para acumular lisas de plata en el estero negro de su ambición…
I un día…
–¿Sabe usted don Guayamabe? Don Banchón se está comiendo a la Chaba, su hija. La lleva pa er Posudo… Creo que la muchacha no quería… Pero ér le ha dicho que si no lo botaba a usted como un perro…
I otro día…
–¿Sabe usted don Guayamabe? Aquí le manda don Banchón estos veinte sucres. Dice que se largue. Que usté yastá mui viejo. Que ya no sirve pa naa… ¡I que ér no tiene por qué mantener a naide!…
–Ajá. Ta bien…
Meditó.
No eran malos los blancos. No eran malos los cholos. Él lo había visto: Banchón. Su compadre Banchón, lo bía ayudao antes. Se bía portado, como naide con él…
Pero…
La plata. ¡La mardita plata! se le enroscó en el corazón, tal que una equis rabo de hueso.
¡Ah la plata!
I después de meditar se decidió… Para que Banchón –su viejo amigo– no lo botara más nunca. Para que Banchón se casara con su hija. Para que Banchón fuera bueno…
Le prendió fuego a sus canoas y balandras. A sus casas y sus redes.
I cuando en Guayaquil –ante un poco de gente que le hablaba de cosas que no entendía– le pidieron que se explicara balbuceó:
–La plata esgracia a los hombres…

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